viernes, 31 de julio de 2009

El santo

De repente, en aquel último y definitivo examen de conciencia, el santo se preguntó si el pecado de orgullo, que tanto le había torturado y que había tratado de expiar a lo largo de innumerables años de penitencia, no ocultaba en realidad otra falta que siempre había considerado una virtud. ¿Debía arrepentirse también de sus excesos de modestia? Al fin y al cabo, el Maestro había resumido todas sus enseñanzas en una sola: amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo. Obsesionado por la idea de la condenación eterna, constantemente torturado por la memoria de sus pecados reales o imaginarios, ¿se había amado él lo bastante a sí mismo? Y si la respuesta era negativa, ¿cómo podía haber amado entonces sin hipocresía al prójimo? Tal vez el odio a sí mismo, que había perseguido día tras día como el necesario tributo a la santidad, no era sino el pecado máximo, una forma diabólica de orgullo que despreciaba el amor misericordioso del autor del universo por todas sus criaturas. El santo permaneció para siempre ante la entrada del Paraíso sin poder decidir si era digno de dar un solo paso hacia sus puertas.

lunes, 20 de julio de 2009

Summertime

Me tomo unas vacaciones y, durante unas semanas, no podré actualizar esta bitácora. Mientras tanto, os dejo con este "Summertime" de la gran Ella Fitgerald.

lunes, 13 de julio de 2009

Vida y destino

Acabo de terminar de leer Vida y destino de Vasili Grossman. Cuando como lector se prefiere, como es mi caso, el ensayo y la poesía a la novela, resulta especialmente satisfactorio encontrarse con un libro como éste que nos recuerda que el arte de narrar es uno de los más nobles empeños humanos. En esta obra maestra, ninguna de sus más de mil páginas sobra. Grossman, como Tolstoi, como Chejov, tiene una habilidad admirable para contagiarse de la mirada de sus personajes y para no perder nunca de vista, junto con las debilidades y las miserias de cada uno de ellos, su irrenunciable humanidad. Como Tolstoi en Guerra y paz, Grossman sabe contarnos a la vez la Historia y la intrahistoria, de tal manera que la batalla de Stalingrado es menos un gran acontecimiento bélico que un clima, en el que tiene tanta importancia el primer plano como el fondo sobre el que se recortan las grandes acciones y los grandes discursos. Grossman se pregunta si el combate entre Hitler y Stalin no supondrá a la postre el triunfo de un Estado autoritario, que, sea cual sea el vencedor, acabará ahogando las ansias individuales, pero también colectivas, de paz y libertad.
A pesar de que Grossman, cercano en esto a sus modelos decimonónicos, no se priva de comentar los hechos novelados, lo decisivo es que su defensa de la libertad individual toma cuerpo en la urdimbre misma de la narración. La voz narrativa sabe aunar lo pequeño y lo grande, guiado siempre por una vocación humanista, que trata de vislumbrar en los gestos mínimos de sus personajes una vía que no acabe ni en Auschwitz ni en Treblinka ni en el Gulag soviético. Su obra es a la vez un testimonio del horror y una tímida, pero imprescindible, apuesta por la esperanza.

miércoles, 8 de julio de 2009

José Ángel Valente en La página



Acaba de aparecer el número 78/79 de la revista La página, un monográfico dedicado a José Ángel Valente en el que he tenido el privilegio de participar con un artículo dedicado a la espinosa cuestión de lo sagrado en la obra del poeta.

El número, coordinado por Jordi Doce (quien contribuye también con un espléndido estudio sobre las traducciones de Valente de Donne y Hopkins) incluye artículos de Antonio Méndez Rubio, Marcos Canteli, Marta Agudo, Luis Muñiz, Carlos Peinado Elliot, Pietro Taravacci, Julio Pérez-Ugena, María do Cebreiro Rábade Villa...

viernes, 3 de julio de 2009

Dioses, poesía y ortodoxia

Hace unos días el diario ABC publicaba un poema inédito de Juan Ramón Jiménez perteneciente al ciclo de Dios deseado y deseante, al que acompañaban algunos artículos sobre la religiosidad juanramoniana, como éste que ocupaba la "Tercera" de ABC:
Si bien los artículos incluidos hacían gala de una prudencia encomiable a la hora de tratar tan espinosa cuestión, uno no puede evitar la sospecha, tal vez infundada, de si no existe el peligro de intentar, consciente o inconscientemente, ir devolviendo a nuestros heterodoxos españoles a la estrecha senda de la ortodoxia.
Sea como sea, por más que el propio Juan Ramón en el poema inédito se pregunte si ese dios deseado no será como el Dios con mayúscula de su infancia, resulta muy difícil hacer una lectura cristiana, y mucho menos católica, de su experiencia de lo sagrado, que se funda en la expectativa de una divinidad inmanente, no trascendente. Esa inmanencia de lo divino resulta difícil de aceptar por la ortodoxia pero no deja de formar parte de la tradición europea: es la pregunta que se deja oír en Spinoza, en Hölderlin, en Pessoa, en Valente... Es más, entre los acercamientos contemporáneos a la cuestión de lo sagrado, resultan por lo general más convincentes (desde el punto de vista estético) las aproximaciones que prescinden de dogmas. Parece como si el arte de los últimos siglos pareciera detectar en el dogma algo paralizante (ni siquiera un texto aparentemente tan dogmático como Europa o la cristiandad de Novalis deja de ser una aproximación muy personal, en el fondo muy poco ortodoxa). Quizá porque, como sabía Valente, la ortodoxia no deja de ser un concepto histórico e, incluso dentro de una misma comunidad religiosa, vemos cómo los conceptos de ortodoxia y heterodoxia resultan más flexibles de lo que las autoridades eclesiásticas están dispuestas a aceptar y es que la cuestión de la ortodoxia tiene que ver más con el poder que con la verdad (no deja de resultar significativo que uno de los pocos autores que ha destacado, en la por lo general escasísima calidad del cine religioso, ha sido Dreyer, en el que la pregunta por el misterio lleva implícito un rechazo ante cualquier forma de intolerancia religiosa). El dogma pretende codificar la experiencia espiritual, es decir, anularla como tal experiencia. La poesía sospecha que el espíritu se desvanece en cuanto deja de ser una experiencia, una aventura hacia lo imprevisible.