jueves, 20 de agosto de 2009

Lecturas: Karl Kraus



"EL CRITICÓN: [...] El papel arde y ha encendido el mundo. Las hojas de los periódicos han servido para atizar la conflagación mundial. Lo único cierto es que ha sonado la última hora. Porque las campanas de las iglesias son transformadas en cañones.

EL OPTIMISTA: Las iglesias no parecen tomárselo tan a lo trágico como usted, pues muchas ofrecen sus campanas voluntariamente.

EL CRITICÓN: Que la guerra sea su campanada final. Como ve, el parentesco entre el réquiem y el mortero va saliendo poco a poco a la luz.

EL OPTIMISTA: En cada Estado, la iglesia ruega a Dios que bendiga sus armas...

EL CRITICÓN: ... y contribuye además a aumentar su número [...]"


Karl Kraus, Los últimos días de la humanidad. Acto II, escena 10 (traducción de Adan Kovacsics).


Los últimos días de la humanidad es una obra de teatro irrepresentable (irrepresentable en el mismo sentido en que lo son los dramas irrepresentables de Lorca, con el que, por otra parte, nada tiene que ver Kraus: por la dificultad intrínseca del texto para llevarse a escena -Kraus propone Marte como lugar de la representación- y porque la obra dice en voz bien alta algo que la mayor parte del público no quiere escuchar).

Kraus denuncia la transformación del lenguaje en cháchara vacía, en la impúdica charlatanería de un diálogo convertido en un puro instrumento de manipulación. La violencia sobre los cuerpos encuentra un aliado fiel en la violencia del lenguaje sobre las conciencias, lo que a la postre implica una violencia del lenguaje sobre sí mismo. Kovacsics, responsable de la traducción de la obra, ha comparado recientemente, en su libro Guerra y lenguaje, la violenta arremetida verbal de Kraus con la invitación al silencio de Wittgenstein, cuyo Tractatus no hay que olvidar que fue concebido en buena medida durante la Primera Guerra Mundial, en la que el joven filósofo participó tras alistarse voluntario. Kraus y Wittgenstein, por más que planteen terapias bien distintas, parecen especialmente conscientes de que el lenguaje está minado por una enfermedad (lo cual es una constante en la Viena entre los dos siglos: la Viena de Hofmannsthal, de Musil, de Broch, de Mauthner...). Se trata de una enfermedad en la que, con todo, en el caso de Kraus, resulta difícil saber si la guerra es la causante de la infección o más bien es el propio lenguaje corrompido el origen del mal.

Celan, superviviente de otra guerra aún más terrible, escribió: "Sí, la lengua no se perdió a pesar de todo. Pero tuvo que pasar entonces a través de la propia falta de respuesta, a través de un terrible enmudecimiento, pasar a través de las múltiples tinieblas del discurso mortífero. Pasó a través y no tuvo palabras para lo que sucedió; pero pasó a través de lo sucedido. Pasó a través y pudo volver a la luz del día, "enriquecida" por todo ello".

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