sábado, 28 de septiembre de 2013

De caza



  A pesar de que uno ha participado con frecuencia como un acólito más en ese tipo de ritos, cada vez me interesan menos las presentaciones de libros y sus consabidas ceremonias. Sin embargo, el diálogo que establecieron el pasado jueves en el Círculo de Bellas Artes Olvido García Valdés y Esther Ramón con ocasión de la publicación de un poemario de esta última resultó memorable no solo por la inquietante belleza de los poemas de Caza con hurones sino también por la reflexión que fue surgiendo en torno a la lectura. 


  Al hilo de la turbadora imagen que da título al poemario, Olvido García Valdés preguntó a la autora sobre la posibilidad de que, más allá de otros sentidos, no se estuviera trazando también una poética. La pregunta (y la respuesta de Esther) me hicieron pensar en cómo escribir se parece a menudo misteriosamente a seguir el rastro, apenas perceptible, de una presa. Una caza incruenta, al menos aparentemente, pero en la que late tal vez cierta violencia inconsciente, como si la escritura fuera al tiempo muerte y  salvación como de algún modo intuyo Poe en su relato "El retrato oval", como si, al modo en que Giordano Bruno imaginó el mito de Acteón, el cazador y la presa no fueran sino uno. "Volé tan alto, tan alto,/ que le di a la caza alcance", escribe San Juan de la Cruz. Valente se sintió fascinado por ese gesto inaprensible de una escritura que es al tiempo la flecha y el blanco. Al fondo, la figura cada vez más borrosa, más inverosímil del arquero.

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