jueves, 30 de marzo de 2017

París (Ingeborg Bachmann)



Robert Delaunay


PARÍS

Atados a la rueda de la noche
duermen los perdidos
en los caminos que truenan, debajo,
pero donde estamos es luz.

Tenemos los brazos llenos de flores,
mimosas de muchos años;
oro cae de puente a puente
sin aliento en el río.

Fría es la luz,
aún más fría la piedra ante la puerta,
y las conchas de las fuentes
ya están medio vacías.

¿Qué pasará si nos aturde la nostalgia
hasta la raíz de los cabellos fugitivos,
y nos quedamos aquí y preguntamos
qué pasará si soportamos la belleza?

Subidos a los carros de la luz,
también velando, nos hemos perdido
en las calles de los genios, arriba,
pero donde no estamos es noche.

Ingeborg Bachmann, Die gestundete Zeit
(Versión de J.L.G.T.) Aquí, el original 

domingo, 26 de marzo de 2017

¿Poesía como traducción?


 En el prólogo a la reciente traducción en castellano de toda su obra poética, Erri de Luca recuerda que su primera aproximación a la poesía fue un disco de su padre con textos de Lorca, recitados por un actor. Ello le lleva a afirmar algo que, en un principio, puede resultar sorprendente: ""Desde entonces, para mí la poesía debe estar en dos lenguas, tener bajo el brazo la página de la lengua original y la de la traducción". 
 La afirmación del escritor italiano no hace sino constatar una experiencia afín tanto al poeta como al lector de poesía, la de acercarse a una lengua con una historia, una comunidad de hablantes, unas reglas gramáticales precisas, y, sin embargo, no poder desterrar del todo la sensación de que la escritura del poema lleva aparejada una cierta extranjería respecto al propio idioma, incluso en aquellos textos que se aproximan más al habla coloquial. Quizá algo tenga que ver con esto el hecho de que no pocos de los grandes nombres de la poesía del siglo XX (Paul Celan, Ezra Pound, Octavio Paz, José Ángel Valente...) hayan sentido la necesidad de traducir a otros poetas, como si la práctica de la traducción llevara aparejada una cierta experiencia de la lengua, en algún aspecto afín a la de la escritura poética. Como si la poesía fuera una suerte de traducción, pero de traducción de un texto que no existe todavía. El poema como metáfora de sí mismo.
 En el esbozo de un texto teatral, conservado entre los papeles de Celan, uno de sus personajes se pregunta quién no querría callarse en una lengua extranjera. Pareciera que el propio silencio se contagiara de esa extrañeza frente a las palabras que nos lleva a adivinar esas dos voces (si es que son solo dos) que parecen dialogar en todo poema. Sin embargo, para escuchar ese rumor secreto, esa corriente subterránea que introduce a la vez una tensión y una suerte de acorde entre la lengua del texto y el peculiar idiolecto del autor o de nadie (pues Nadie es el nombre secreto del yo lírico), no basta con recurrir sin más al consabido "desvío", a la noción de extrañeza fácilmente asociable al concepto de función poética y a las enseñanzas del formalismo ruso. Hay en esa fecunda discrepancia de la lengua respecto de sí misma algo más que una llamada de atención al lector. No puede reducirse en absoluto a la búsqueda de un efecto estético. Es más, hay algo ahí que parece ir en contra de la noción hoy habitual de estética como contemplación desinteresada. Cuando nos hacemos cargo de la voz que habla en el poema, repentinamente se abre un espacio de sospecha en torno a ese pacto que supone todo acto de comunicación. Se intuye de pronto todo lo que hay de malentendido, de ambigüedad, de juegos de poder, aun de violencia latente, en el hecho de dirigir la palabra a otro. 
 Hace tiempo me invitaron a participar en un encuentro con escritores filipinos organizado en Manila por el Instituto Cervantes de la ciudad. Previamente, me habían pedido que les enviara una selección de mis poemas para poder traducirlos de cara a las lecturas públicas que se celebrarían allí. Recuerdo que uno de los poetas encargados de la traducción me comentó lo difícil que le resultó dar con una versión convincente del verso inicial de mi "Oración a Billie Holiday" ("Maldita sea la música porque no existe"), ya que la lengua filipina no cuenta con un equivalente exacto del verbo "existir". Aquello no solo me sorprendió, sino que me hizo pensar en la probable carga metafísica, incluso teológica, que tuvo en el origen un vocablo que hoy utiliza con toda naturalidad un niño de cinco años, hablante de español, cuando dice a un amigo de la misma edad, que sostiene con igual convicción la opinión contraria, "Spiderman no existe". 
  El diccionario etimológico de Coromines nos informa que la primera aparición del verbo "existir" data de comienzos del siglo XVII (en concreto, de 1607), si bien ya se usaban, desde mediados del siglo XV, los cultismos "existente" y "existencia". Nada en la lengua es natural ni obvio. Las palabras tienen una historia, incluso una prehistoria. Precisan de una arqueología como la que propusieron Foucault o Nietzsche (este último no soltaba una simple boutade, cuando se temía que no podíamos desembarazarnos tan fácilmente de Dios, cuando seguíamos presos de la gramática). La escritura da fe de ese espesor de la lengua, pero también de sus grietas, de sus puntos de sutura. La lengua, que es uno de los signos de identidad más arraigados de pertenencia a un grupo, se convierte para el escritor consciente de su oficio en un ejercicio voluntario de desarraigo. No tanto de negación de la comunidad como de su puesta entre paréntesis (en concordancia con la irónica respuesta de Beckett a quienes le preguntaban si era inglés: "Au contrarie, Monsieur"). Como si la lengua en su hacerse nunca terminado fuera también el signo utópico (quebradizo, apenas confiable) de una comunidad por venir. Y siempre por hacer.

jueves, 23 de marzo de 2017

Egocrítica



EGOCRÍTICA: Dícese de una corriente de estudios literarios que demuestra, sin asomo de dudas, que el sentido último de la obra de un autor es que el crítico en cuestión escriba sobre la misma. Elementos importantes de la egocrítica son las frecuentes referencias bibliográficas (a la obra del crítico), las citas en otras lenguas (se recomienda, sobre todo, el uso del alemán) y la contaminación genérica (el currículum vitae como obra de arte).

lunes, 20 de marzo de 2017

Casa sin ventanas (Hilde Domin)




CASA SIN VENTANAS 

El dolor nos sepulta
en una casa sin ventanas.
El sol que abre las flores
solo vuelve sus esquinas
más nítidas.
Hay una raíz de silencio
en la noche.

El consuelo,
que no encuentra puertas ni ventanas
y quiere entrar,
acumula irritado la leña.
Busca lograr a la fuerza un milagro
y prende fuego
a la casa de dolor.

Hilde Domin, Nur eine Rose als Stütze (versión de J. L. G. T.)
El original, aquí

martes, 7 de marzo de 2017

Nayagua 25


Gracias a Nayagua y al Centro de Poesía José Hierro por acoger en su revista un texto de mi libro inédito Hotel Europa, "El Teatro Anatómico del doctor Cirlot", una suerte de experimento entre lo dramático y lo lírico. Basta ver la lista de colaboradores para ver que estoy en buena compañía:

Ben Clark / Ángel Cerviño / Sergio Gaspar / José Luis Gómez Toré / Cristina Grisolía / Hasier Larretxea / Maurizio Medo / Tomás Sánchez Santiago / Antonio Santamaría Solís / Anna Gual / Pedro Álvarez Molina / Azucena G. Blanco / Diana García Bujarrabal / Sonsoles Hernández Barbosa /Javier Hernando Herráez / Eva Yarnoz / María García Zambrano / Olga Muñoz Carrasco / Jordi Doce / Carmen G. de la Cueva / Pilar Martín Gila / Emilia Conejo / M. Cinta Montagut / Esther Ramón / Daniel López García / Mª Ángeles Pérez López / Ángela Segovia / Gema B. Palacios / Nuria Ruiz de Viñaspre / José María Castrillón / Alberto García Teresa / Luis Ingelmo / Luis Cerón Marín / José Antonio Pamies / Víktor Gómez Valentinos / Héctor Guedeja / Pepe Jesús Sánchez Marín / Alberto Chessa / Marta Agudo / Eva Chinchilla / Jesús Aguado /Antonio Rivero Taravillo / Rubén Luengo /Sara Herculano / Cisco Bellabestia / Ángel Guinda / Andrés Collado.